DÍA 4: NOROESTE Y ARASHIYAMA
Para no perder la costumbre, nos levantamos bien temprano y tomamos un autobús hasta el que posiblemente sea el plato fuerte de Kioto, Kinkaku-ji o Pabellón Dorado.
El Kinkaku-ji fue originalmente la villa de descanso de un shogun. A su muerte, se transformó en un templo. En el jardín, y rodeado de un estanque en cuyas aguas se refleja, se levanta un maravilloso pabellón recubierto de hojas de oro, que en realidad es una réplica perfecta del edificio original, destruido en 1950 por un monje loco.

Al igual que en el Pabellón Plateado, nuestro consejo es llegar lo antes posible. Nosotros estábamos allí 5 minutos después de que abriesen y casi nos aplasta una marabunta de escolares.
De Kinkaku-ji, fuimos caminando hasta los templos Ryoan-ji y Ninna-ji. El trayecto entre estos templos aparece en algunos folletos como uno de los paseos recomendados en la ciudad aunque la verdad es que presenta ningún interés y, si se dispone de un pase de autobús, no vale la pena hacerlo a pie.
Ryoan-ji es celebérrimo por su jardín seco, en el que quince rocas emergen de un mar de arena blanca. Su sencillez y pureza encarnan los principios del budismo zen. Seguramente nos falten conocimientos de la filosofía zen para poder apreciar esta obra maestra como es debido.
En Ninna-ji, lo mejor es pasear por el recinto principal y disfrutar de las sensacionales vistas del jardín y la pagoda.
El conjunto de los tres templos de esta parte de la ciudad, con sus diferentes personalidades, es precioso. Si alguien es capaz de decir que “visto un templo, vistos todos” es que no se ha paseado por Kioto.

En los alrededores de Ninna-ji, tomamos el funicular hasta Arashiyama. Al salir de la estación, realmente parece que has llegado a otra ciudad, o más bien a un pequeño pueblo en el campo.
Arashiyama fue un lugar de recreo para los emperadores del período Heian, y hoy es uno de los lugares más populares para ver cerezos en flor en primavera y arces rojos en otoño. Allí, además de cruzar el puente, que parece sacado de una estampa del siglo XVIII, y maravillarnos con el entorno, seguimos con las visitas, eso sí, todo después de una buena comida en un restaurante que ofrecía unas vistas del puente sensacionales.

Construido en el siglo XIV, Tenryu-ji es el templo principal de la escuela rinzai del budismo zen y es conocido sobre todo por su jardín, en cuyo centro hay un estanque alrededor del cual, las diferentes especies de árboles y rocas hacen que las colinas de Arashiyama, al fondo, parezcan una prolongación del jardín. Que conste que es bien bonito, pero lo cierto es que de los sitios que visitamos que son patrimonio de la UNESCO en Kioto, fue el menos memorable.

La salida lateral del templo da al bosque de bambú, una de los lugares más célebres de Kioto. Un paseo recomendable, si bien breve. Para nuestra sorpresa, la circulación de vehículos está permitida… lo que le quita parte del encanto.

Como a estas alturas apenas quedaba tiempo antes del cierre de los templos, decidimos ir directamente a Adashino Nembutsu-ji que, aunque era el más alejado, nos parecía a priori el más sugerente. Subimos un trecho cargando la mochila y a Gizmo canturreando. La zona es un poco laberíntica, pero pensar que paseando entre esas casas bajitas desperdigadas entre campos seguías en Kioto suponía conocer una faceta totalmente diferente de la ciudad.
Adashino Nembutsu-ji (¡toma nombre complicado!) es el templo donde se enterraban a los pobres y parias, recordados por las miles de imágenes de piedras (pequeñas y toscas lápidas con la representación de Buda) que se apretujan en el recinto. La visión impresiona y vale la pena la ascensión. Para nosotros, fue un preámbulo del Monte Koya.

De vuelta no nos quedó más remedio que parar a merendar en un encantador café de Arashiyamay. Gizmo ya se encargará de contaros cómo fueron sus cenas.
DÍA 5: …EL RESTO…

El tercer y último día que dedicamos a Kioto decidimos seleccionar los lugares que más nos apetecía ver y tomar diferentes autobuses para ir de uno a otro. Así, visitamos los templos de Nishi Hongan-ji y Sanjusangen-do, el santuario Shimogamo-jinga y el castillo Nijo-jo.
Este día amortizamos el pase de autobús, pero también fue el que invertimos más tiempo en los desplazamientos. Hemos de puntualizar que, salvo el autobús que tomamos en el centro después de comer para ir al castillo, y que se hizo eterno por culpa de las congestiones, el resto de desplazamientos fueron bastante rápidos.
Situado bien cerca de la estación central, Nishi Hongan-ji es un templo de finales del siglo XVI que alberga la sede de una importante escuela budista. Los pabellones y el templo principal son espléndidos (y enormes), pero lo que nos llamó más la atención fue la puerta Kara-Mon, decorada con tallas deslumbrantes.

Sanjusangen-do, reconstruido en 1266, es famoso por ser el templo de las 1001 estatuas. Está dedicado a Kannon, bodhisattva de la misericordia. En el hall principal se halla la estatua central de Kannon, flanqueada por otras mil más pequeñas que reproducen también a Kannon. Las 28 estatuas que rodean a la imagen central o que se encuentran frente al visitante corresponden a diferentes “divinidades” (asimiladas del hinduismo) y protectores del budismo. Si la acumulación de las estatuas y su belleza no fuese suficiente para dejarte sin aliento, el templo en sí mismo, con sus más de cien metros de largo, es el edificio de madera más largo del mundo. La pena es que no se pueden tomar fotos en el interior…
Mientras Gizmo seguía haciendo cálculos sobre las imágenes de Kannon y sus brazos, nos dirigimos al norte. Nuestra siguiente parada fue Shimogamo-jinga, un santuario del siglo VIII dedicado al dios de la cosecha. Como en todos los santuarios, su ubicación es excepcional; en este caso, enclavado en la confluencia de dos ríos y precedido de un camino boscoso en el que, se dice, es imposible ocultar la mentira. Vale la pena llegar hasta allí y disfrutar de su localización y el ambiente de recogimiento.
Tras la pausa del almuerzo, llegó nuestra última parada en el itinerario. El Castillo Nijo fue construido en 1603 para servir de residencia a los shogun durante sus estancias en Kioto y reflejar el poder de estos militares, que gobernaron Japón durante más de 200 años. En él hay varios jardines preciosos y, en el interior del castillo propiamente dicho, destacan los paneles pintados de la sala principal y los suelos de “ruiseñor”, llamados así porque suenan como ruiseñores (más bien chirrían) al ser pisados, y así alertaban de la presencia de intrusos.

Y TAMBIÉN…
De regreso de las excursiones a Hikone y Nara pudimos visitar, respectivamente, el templo To-ji y el santuario Fushini-Inari. Del último ya hemos hablado en el post dedicado a Nara, y ahora dedicaremos unas líneas al primera
El To-ji data del 796, aunque la mayoría de edificios fueron arrasados por incendios y reconstruidos posteriormente. Conserva una impresionante colección de obras de arte como el mándala de la sala de lectura, las estatuas de Buda de la sala principal o la pagoda que, con sus cinco plantas de 57 metros de altura, es la más alta de Japón.
Teniendo en cuenta también su proximidad a la estación central, vale la pena no perdérselo.

GIZMO TE CUENTA
¡Menos mal: el Pabellón Dorado sí tenía oro! Después de la desilusión del día anterior con el Pabellón Plateado, no creo que hubiese podido soportar llegar allí y ver un edificio normal y corriente. Eso sí, no me dejaron acercarme y me enfadé un poco.

Seguimos viendo eso que llaman jardines y que que sólo son piedras, sin ninguna flor. Yo todavía no lo entiendo…


Arashiyama me gustó bastante. A los Gizmos nos encanta la naturaleza (no sólo el bullicio de las grandes ciudades) y ver todo aquel bambú me recordó a los pandas que Gizmo Grande conoció en China.
El último día en Kioto estuvo lleno de experiencias y aventuras. Todavía estoy contando los brazos de las estatuas de Kannon. Los papas me dijeron que había mil estatuas y eso era verdad porque las conté, pero también que cada una tenía mil brazos…. ¡y eso ya no era verdad! Ahora resulta que cada brazo vale por 25 mundos y, por tanto, 40 brazos equivalen a 1000… ¡Eso es trampa!
Lo pasé fatal en el Shimogamo-jinga porque resulta que no se pueden decir mentirijillas cuando estás allí. Pensé que los papas me iban a preguntar sobre la misteriosa desaparición de las galletas la noche anterior, pero que conste que yo no tengo ni idea de quién se comió aquellas galletas deliciosas, crujientes y super rellenas de chocolate.

¿Suelos ruiseñor? ¡Jajaja! El castillo tenía una especie de parquet que crujía. ¿Alguien se cree que eso puede servir para detectar a un Gizmo Ninja? Me lo pasé pipa jugando a “Misión Imposible: Gizmo” mientras los papas paseaban por allí… ¡Soy un Gizmo indetectable!

En resumen, me lo pasé genial en Kioto. Me gustó mucho la ciudad y las excursiones. Me daba penita dejarla, pero un Gizmo Viajero sabe cuándo debe seguir su camino. Monte Koya, ¡allá voy!
LOS 5 SITIOS FAVORITOS DE GIZMO EN KIOTO (en orden alfabético)
Fushimi-Inari
Kinkaku-ji
Kiyomizu-dera
Sanjusangen-do
To-ji
MENCIÓN ESPECIAL DEL PAPA CARLOS:
Adashino Nembutsu-ji
MENCIÓN ESPECIAL DEL PAPA JAVI:
Nanzen-ji
Qué escenarios tan bonitos para representar El Mikado.
A mí me hubiera gustado representar “Gizmo, el samurai”, con armadura y katana!
tengo que decir que vuestro blog ha sido una gran inspiración para mi viaje a Japón, que empieza en 3 días, ya os contaré. Muchas gracias.
muchísimas gracias! hemos estado unos meses sin poder ocuparnos del blog pero comentarios como el tuyo nos animan a seguir escribiendo 🙂
esperamos que lo pases bien y nos cuentes a tu regreso!