El recorrido habitual de un primer viaje a Japón transcurre en el eje Tokio-Kioto-Hiroshima, pero como buenos Gizmos Viajeros quisimos sumar a nuestra ruta alguna experiencia menos típica. Así fue como, al dejar Kioto, nos dirigimos a la prefectura de Wakayama con la idea de alcanzar el Monte Koya, una de las cumbres (literal y figurada) de nuestro viaje.
El Monte Koya, o Koyasan, es el centro sagrado del budismo Shingon, una rama esotérica del budismo japonés fundada en el siglo IX por el monje Kukai, o Kobo Daishi (nombre con el que se le conoció después de su muerte).
Kobo Daishi viajó a China para profundizar en las enseñanzas del budismo esotérico y, a su vuelta a Japón, obtuvo permiso para establecer un monasterio en Koyasan consagrado a la meditación y la enseñanza. La nueva rama del budismo que él fundó, el budismo Shingon, afirma que el aprendizaje mediante la experiencia es la manera de alcanzar la iluminación y, lo que lo diferencia de otras ramas del budismo esotérico, que todo el mundo tiene el potencial de alcanzar la iluminación en esta vida.
Kobo Daishi vivió muchos años en Koyasan hasta que, según la creencia, en el año 835 entró en eterna meditación, es decir, que no está muerto sino en un plano superior de la existencia sin dejar su forma corpórea. Él será quien interprete el mensaje del Buda del Futuro (una especie de segundo advenimiento de Cristo o Fin del Mundo, según entendimos). Cuando llegue ese día, si has conseguido “plaza” en el cementerio de Oku-no-in en Koyasan, estarás antes en la cola hacia el Paraíso, más o menos como los judeocristianos y el valle de Josafat.
Las tradiciones en Koyasan apenas han cambiado en todo este tiempo. Actualmente, hay 117 templos, pero hubo muchos más. El cambio más significativo ocurrió cuando la revolución Meiji permitió el acceso de las mujeres, y su llegada, así como también la de niños y gente corriente, transformó lo que había sido una comunidad de sacerdotes en un pequeño pueblo.

Escondido en medio de frondosos bosques, a 900 metros de altitud, llegar al Monte Koya desde Kioto puede parecer una pequeña aventura en sí misma: primero, se toma el tren hasta la estación JR de Shin-Osaka, desde allí un trayecto en metro de 10 minutos hasta la estación de Namba, de donde parte el tren expreso Nankai Tetsudo que, tras una hora y 45 minutos, llega a la estación del funicular. Con este funicular se hace una vertiginosa subida hasta la estación de Koyasan, en donde se toma el autobús al centro.

Pero tranquilos, tanto cambio de medio de transporte no es tan complicado como parece a priori gracias a la legendaria eficiencia japonesa.
Sobre todo, y si pensáis dedicar varios días a explorar la región, comprad el Wakayama Pass en la misma estación de Namba (ver “Datos prácticos”).
Para nosotros, hay tres visitas ineludibles en Koyasan; de menos a más: el Danjo-garan, el Kongobu-ji y el Oku-no-in.
El conjunto de edificios del Danjo-garan, se levanta en el lugar donde se fundó Koyasan en el siglo IX, y es por ello el segundo lugar más sagrado del monte. Las construcciones más destacadas son el Kondo o Salón Principal, construido en 819 por el mismo Kobo Daishi (aunque reconstruido varias veces desde entonces) y sede de importantes ceremonias religiosas, y la Daito, una pagoda lacada en bermellón, de casi 50 metros de altura, en cuyo interior destacan las pinturas sobre los pilares y las paredes.

Desde el Danjo-garan se llega caminando en 5 minutos a la Daimon, la gran puerta al conjunto de templos del Koyasan, custodiada por dos fieros guardianes.


Nuestro segundo lugar recomendado es Kongobu-ji, el principal de los 3.600 templos Shingon de Japón. Construido en 1592, es famoso por las pinturas de sus tabiques móviles. Su jardín de piedras es el más grande de este tipo de Japón, y su diseño incluye dos dragones realizados con 140 piezas de granito azul y de arena blanca que vigilan el santuario.
Nosotros lo visitamos la mañana de nuestra partida, a primera hora y casi a solas, y fue un placer pasear por las diferentes estancias y jardines.


El cementerio de Oku-no-in justifica no sólo la visita a Koyasan, sino quizás también a Japón (sin exagerar).
Se entra cruzando el Ichi-no-hashi (primer puente) y se sigue por el camino que conduce al mausoleo de Kobo Daishi. Se trata de un camino pavimentado de 2 kilómetros a través de un bosque de cedros, muchos de ellos centenarios (catalogados y protegidos, ¡como tiene que ser!), entre los cuales hay más de 200.000 monumentos funerarios y estatuas de personajes históricos. ¡Sobrecogedor!

La vista se pierde entre esta selva de lápidas, panteones y estupas, algunas de mil años de antigüedad y otras bien modernas. Podríamos pasar horas recorriendo los senderos que parten del camino principal y se desparraman por las colinas, entre miles y miles de tumbas.
Siguiendo el camino principal se llega al corazón del complejo. El Minyo-no-hashi (tercer puente) marca el acceso al sitio más sagrado de Koyasan. Para purificarse antes de acceder a él, los monjes y peregrinos se bañan en el arroyo que pasa por debajo del puente. A los visitantes, para conseguir los mismos efectos, nos dejan echar agua en las estatuas de Budas que hay allí mismo. ¿Adivináis la opción de Gizmo?
Más allá del puente, se encuentra el Toro-do (Templo de las Linternas), que contiene miles de linternas donadas a lo largo del tiempo por creyentes, tanto gente común como emperadores y príncipes. El mausoleo de Kobo Daishi, donde se cree que descansa en eterna meditación, está situado justo detrás de este templo y evidentemente está cerrado.
Todo el lugar transmite una serenidad, una espiritualidad y un misterio impresionantes.
El cementerio hay que visitarlo con luz natural, ya que resulta sobrecogedor tamaña cantidad de tumbas alineadas y encajonadas entre los árboles, y también de noche, pero sólo para respirar la atmósfera propia de las Leyendas de Béquer, ya que la escasa iluminación no permite apreciar la inmensidad del lugar a oscuras. La visita nocturna la podéis realizar por vuestra cuenta o, si os alojáis en el templo Ekoin, en una visita guiada muy entretenida. Nuestro guía, uno de los monjes del templo, nos explicó las bases de su rama del budismo, la historia del Koyasan y diferentes cuentos y leyendas sobre el cementerio.
Al margen de estos tres lugares, también visitamos el mausoleo de los Tokugawa, una familia de shogunes. Dos pequeños edificios idénticos, de mediados del siglo XVII representativos del período Edo. Profusamente decorados en el exterior, no pudimos contemplar el interior y sus trabajos en pan de oro ya que solo los abren un par de días al año. Es decir, no hace falta que perdáis el tiempo yendo.

GIZMO TE CUENTA
¡Buuuuu! ¡buuuuu! ¡sustooooooo! si tu rostro no se refleja en el agua de este pozo, morirás antes de que pasen tres años ¡buuuuu! ¡buuuuu! ¡terroooooor! si tropiezas con los peldaños de estos escalones, también morirás antes de que pasen 3 años ¡buuuuu! ¡buuuuu! ¡miedooooooo en generaaaaaaal! si pones la orejita sobre la tumba de esta monja oirás los gritos de los condenados del infierno.
¡Pero qué mal rollo! El monje que nos guió de noche por el cementerio de Koyasan disfrutaba asustándonos con leyendas de este tipo. Yo, por si acaso, subí los escalones con mucha atención de no resbalar, y tampoco me asomé al pozo ni me puse a escuchar. Soy un Gizmo muy valiente, pero es que se me ponían los pelitos de punta con esas historias.
Cuando se me pasó la impresión, me escapé de la mochila de los papas y me dediqué a dar sustos a la gente que paseaba por allí… ¡Que risas me pegué!

A pesar de ello, esa noche no dormí del todo bien: entre que era la primera vez que dormía en un tatami y que en la cena que nos sirvieron no había chocolate, pues me influyó bastante…
Encima me pegué un madrugón para asistir a la oración de la mañana y la ceremonia del fuego (casi me chamusco el pelito por acercarme y meter la nariz). Me dijeron que el desayuno estaría esperándonos en la habitación y eso me animó, pero cuando llegamos… ¡era igual que la cena! ¿A quién le puede gustar desayunar tofu?
El Koyasan es super chulo ¡pero un Gizmo nunca se haría monje budista vegetariano!

Una necrópolis preciosa. Me gusta la yukata de papá Carlos. ¿Qué significado tendrá esa especie de baberos en los budas?
Creemos que los padres que han perdido a sus hijos pequeños le piden a este deidad que se compadezca de las almas de sus niños y los acompañe en el más allá.